Condenándome por un crimen
que jamás tuve el placer de cumplir.
Encargándome lágrimas
que iban a ríos ajenos
Mostrándome una copa
de la que no tenía permitido beber.
Me diste un cigarro a las cinco de la mañana
y jamás me diste fuego.
Tu risa era el epitafio de mi cordura.
Por eso siempre procuraba
ser gracioso cerca tuyo.
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